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El Ariguanabo

Memorias

Bejucal, ciudad sin igual

Bejucal, ciudad sin igual

 

Texto:       Arián Ramos Gutiérrez

                e-mail: arianrg@uci.cu

 Bejucal, manantial de tradiciones, ciudad sin igual en el mundo,  vislumbra por su belleza, historia, arraigo popular… a visitantes y a sus moradores; se lo asegura un bejucaleño de pura cepa, alguien que nació en esta centenaria ciudad de la hoy provincia de La Habana, quien ha quedado atrapado por ella para siempre.

 San Felipe y Santiago del Bejucal, fue la primera ciudad sufragánea de la isla de Cuba, que fundara el 9 de mayo de 1714, hace ya 296 años, don Juan Núñez de Castilla; capitán, rico hacendado de La Habana y dueño del territorio del Bejucal.

 Dada su fertilidad y la cercanía con el sur de La Habana y con el surgidero de Batabanó, cuyo camino real la atravesaba, Bejucal se perfiló desde su surgimiento como un emporio económico que exigía del control político y administrativo de la corona de España.

 Una anécdota singular comprueba la extrema fertilidad de este territorio: en una visita realizada  por el benemérito y memorable señor Gobernador Capitán General de la Isla, D. Luis de las Casas, produjo en su ánimo tal sorpresa la fuerza vegetal de los terrenos del Bejucal, que a su regreso a La Habana, exclamó: “…Tuve temor de poner la punta de mi bastón en el suelo, temí que se me naciera…”

 Los bejucaleños se dedicaron al cultivo del tabaco, que Europa reclamaba en mayor cantidad por la creciente moda del rapé; además atendían el avituallamiento de ganados y frutos que demandaba la flota.

 Temprano los habitantes del Bejucal inscribieron sus nombres en la historia patria: en 1723 con la sublevación de los vegueros y los del vecino Santiago de las Vegas, se demostraba la oposición cubana al estanco del tabaco impuesto por la metrópoli.

 Posteriormente, en 1762, de la Ciudad de San Felipe y Santiago del Bejucal, partieron dos compañías de milicias voluntarias a defender del ataque inglés a La Habana y el puerto de Batabanó, respectivamente.

 El príncipe Luis Felipe de Orleans y el barón de Humboltd, estuvieron entre los huéspedes del palacio de los marqueses del Bejucal, una lujosa mansión veraniega, quizá la primera que se construyera en Cuba.

 En 1839, el notable escritor cubano, Cirilo Villaverde, autor de la  novela antiesclavista Cecilia Valdés, al recorrer las ruinas del palacio de los marqueses de San Felipe y Santiago, se conmovió:   “…Oí decir que iban a echar al suelo el palacio porque amenazaba próxima ruina. Lo hubiera sentido porque acaso es la única huella visible que ha dejado el feudalismo en nuestra tierra…

  Culturalmente, descuellan algunas prominentes personalidades, como José Arango y Núñez del Castillo, escritor y fundador de la primera biblioteca pública de Cuba en la Sociedad Económico Amigos del País; al igual que el historiador y poeta Manuel Mariano Acosta.

 Pero… ¿quien no conoce a Bejucal, como La Ciudad de Las Charangas? Con más de 200 años, la tradición charanguera, con sus majestuosas carrosas de la Espina de Oro y la Ceiba de Plaza, es junto a los Carnavales de Santiago de Cuba y las parrandas de Remedios, las tres fiestas más antiguas de Cuba.

 Dígame, ¿es o no Bejucal, una ciudad sin igual? Vea en Fugaces instantáneas charangueras,  y espere en próximas publicaciones, otras sorprendentes revelaciones de la Ciudad de San Felipe y Santiago del Bejucal.

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El Ariguanabo, su origen

El Ariguanabo, su origen

Texto y foto:       Arián Ramos Gutiérrez

                         e-mail: arianrg@uci.cu

 

El territorio del Ariguanabo, en la provincia de La Habana, Cuba, forma parte del peniplano occidental.  Su fondo es calizo, pero a pesar de ello, el terreno es arcilloso de color rojo debido a  la abundancia  del óxido de hierro, que proporciona una fertilidad muy rica a sus tierras; narra en su libro “Historia Colonial Ariguanabense”, el investigador,  José Rafael Lauzán Rodríguez, a quien claro está, dedicaremos  hoy la sección Protagonistas que podrá acceder a través de Temas, uno de los vínculos de este blog.

 

Pero bien…,  volviendo a nuestras Memorias de este día, sepa que a causa de la acción de las aguas abundan las grutas y cavernas, por donde se filtran las aguas pluviales, y que los ríos de esta región, por esa característica cavernosa del subsuelo, no pueden ser caudalosos ni de largo recorrido. Solo se citan El Govea, que recorre de este a oeste la provincia; El Capellanía, que corre de norte a sur,  y  El Ariguanabo, río que nace y muere en los términos del municipio de San Antonio de los Baños.

El Ariguanabo, nace de una laguna y recorre de norte a sur una extensión de catorce kilómetros, atravesando la conocida mundialmente, Villa del Humor, y muere en la Cueva del Sumidero; otro tema para esta sección. El río Ariguanabo, ha perforado las rocas de los alzamientos de ciertas formaciones, es de corriente permanente, poco caudal durante las estaciones secas,  y navegable solo por pequeñas embarcaciones de fondo plano. Lo invito a ver en la sección:  Fugaces, instantáneas que ilustran lo antes narrado.

Describe además,  Lauzán Rodríguez, en su volumen histórico, que la vegetación acuática que crece en todo el recorrido del afluente es muy abundante; sus aguas se usan en regadíos, y antes; cuando su caudal era mayor,  se utilizaban para mover una planta eléctrica y distintos molinos, los cuales con la fuerza de su corriente molían café, maíz, trigo y otros granos.

 

En los años 1750, cuando en la región solo existían más que unos bohíos en las márgenes del río Ariguanabo,  se sabe de individuos que hacían largos recorridos para venir a bañarse en las tranquilas aguas de éste,  a las que  le atribuían cualidades curativas de muchos males. De ahí que la localidad se conozca desde entonces como San Antonio de los Baños. Pero… sobre tan interesante tema, volveré con otras… Memorias.